¿No
es sexy la Bourdaloue?
A mí
me parece que hasta tiene el poder de conquistar a los que no les
gustan las tartas frutales.
Y si bien es una simple tarta de peras o
damascos, la fruta se siente tierna y perfumada, gracias al almíbar especiado (¿vieron cuando no se puede dejar de sentir un aroma, un perfume que a uno le encanta y uno se acerca todo el tiempo para seguir sintiéndolo?, bueno, con este almíbar pasa lo mismo); la frangipane es
golosa a más no poder, y la masa sablée (en este caso) potencia al
infinito, con su textura, el relleno que es, al mismo tiempo, untuoso y fresco.
La
historia cuenta que la tarta lleva el nombre de la calle donde estaba
la pastelería que la vio nacer. Pero yo no me la creo. Estoy casi
segura de que algún cliente obsesionado con alguna mujer («la
Bourdaloue») se
la encargó al pastelero quien encantado con el desafío imaginó un
postre de formas generosas. Esta es mi versión.
Sea como sea,
esta tarta es una maravilla de la que no tiene ningún sentido
privarse: peras y damascos, ¡prepárense!